Ambigüedades

Como ser humano en sociedad, soy consiente de la cantidad de roles con los que me veo representada en los diferentes contextos que me ubico. Soy la buena hija, la mala nieta,  la estudiante seria, la persona sin escrúpulos, la que con solo respirar da risa, la sensible que llora con todos los libros, la que atemoriza, la de la mala cara. Soy en sumas cuentas lo que me conviene ser en el momento y espacio donde me encuentro. Sin embargo no lo elegí así, lo identifiqué.

Tras años de cuestionar acerca de mis propias conductas, de buscar el fondo de mis traumas más recurrentes y de tratarme con una mirada terciaria he logrado identificar (y con horror en un principio) lo ambigua que he llegado a ser; me diseñaron para cumplir expectativas, me criaron como un ser ideal y sumiso, y en efecto eso soy de forma inconsciente (aunque ya un poco más consiente), pero de esa raíz dolorosa y asfixiante ha surgido un gemido horripilante y escandaloso, un gemido que aúlla desde mi infancia, infancia en la que encontré un refugio, una forma de ser otra, de ser mala y defectuosa, una forma de convertirme en una bruja y no ser señalada ello, y desde ese momento me convertí en actriz. Era una y la otra, no dejaba de ser, solo dejaba de interpretar momentáneamente.  

Tras esta introducción puedo exponer con tranquilidad el que mi tema de interés radique a cerca de lo roles que ocupamos en una sociedad; por que presumo que no soy la única que finge, y por lo tanto que no soy la única que lucha por dejar de fingir. Mi propuesta radica en una exploración de estas facetas que componen un mismo ser, que habitan y se nutren, pero que a su vez intentan quizá escapar las unas de las otras. Quiero representar un habitad y su escape, un grito y un susurro. La desesperanza y la costumbre. Una ambigüedad extensa y agridulce. 

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